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Magostas y tardes noches de Hilas

La llegada a Cantabria de los primeros vientos sures, antecesores de borrascas, siempre vienen acompañados de recuerdos de infancia. Memorias de tardes desapacibles con crepúsculos vespertinos envueltos en los primeros ahumar de las chimeneas.

A la hora y tras un día de mil labores, como en un ritual pactado, una a una, poco a poco, iban llegando a “la casa chica” los habituales en las tertulias, las Hilas que así es como se las llama.

Abuela Francisca

Francisca, la abuela, los recibía con su consabida sonrisa a la par que extendía las manos para recoger lo que a modo de tributo contribuiría a mitigar el tedio, completar la frugal cena o simplemente ayudar a matar el rato como vulgarmente se decía. Unas aportaban una mozada de avellanas y almendrucos recién cogidos en Monte Hijedo, otras un cestuco de castañas, algunas … una libra de nueces, otras, las últimas moras de zarza o un cuartillo de ráspanos (arándanos).

Almendrucos y Avellanas

Y si acudían los hombres, que también solían, normalmente agasajaban al abuelo con algún tarugo de abedul para que les compusiera unas madreñas, que él tascaba y afinaba mientras duraba la conversa, y en provecho propio portaban buenas varas de avellano o de fresno que con su hábiles manos y afiladas gubías o navaja, convertían en colodras, horquillas y llavijas de lucidas cebillas, para sus ´ganados o para llevar a la feria, que siempre tenían buen trueque o buena venta, eso es lo que decían.

Tascando Albarcas

Pero si los hombres no estaban ociosos, las mujeres también sacaban provecho al rato, hilos, lanas, trapos, agujas, ganchillos, festones, bolillos y cardas, eran su quehacer continuo.

Entre puntada y puntada entre zurcido y zurcido, sonsacaban unas avellanas de sus conjas o volteando unas castañas sobre las brasas con el viejo asador de metal, lo que en esta tierra nuestra de Campoo se conoce como “Magosta”, para luego espulgarlas y saborear su perfumada y delicada carne, que a nosotros los niños, nos daban acompañadas de un buen tazón de leche recién ordeñada y que a modo de sopas comíamos con auténtica devoción.

Mientras, a los hombres allí presentes, también les atendían sus gruesos vasos de cristal con bermejos vinos venidos de Calatayud, que eran la moda de entonces.

Así, entre unas cosas y otras, las mujeres completaban su labor.

Asando Castañas

En tanto los unos y las otras ocupaban sus manos, los más parlanchines contaban los ires y venires de propios y extraños, los trapos sucios de otros o el último chisme de tal o cual, nunca faltaba un qué decir, un qué contar, fuera mentira o verdad. Salían a relucir cientos de acertijos y chanzas, como esta:

“Era de latón, de latón de laton era, era de laton el cacharru de mi guela. Que anoche mío marido vino de trabajar, un conejo estofado le dí de cenar. Estaba tan jugoso, que todo lo comió, dos huevos con chorizo tuve que cenar yo”.

No recuerdo ningún traer y llevar de aquellos, si recuerdo algunas de las historias habituales que nos dedicaban a los más pequeños.

Como olvidar la Boda del Gallo del tío Kiriko, o el de la Cabra Cabratis que estaba en la peña peñatis, El Castillo de irás y no volverás o la Boda de la Pulga y el Piojo… Absortos, como embobados quedábamos y a fuerza de oírlas una y otra vez las sabíamos de memoria, lo que no impedía que una vez más las contaran, una vez más nos quedáramos boquiabiertos.

Niños en las Hilas y Magostas

Y así, en estos modos, alumbrados por la tenue luz del candil, al amor de la lumbre, envueltos en mil aromas y en tan grata compañía, pasé mis mejores tardes noches de los sucesivos Otoños en “la casa chica”, que en nada o poco se diferenciaban de las próximas del invierno.